Multi homicida


El estrangulador de Tacuba


1942 | Ciudad de México.- El jueves 3 de septiembre de 1942, cerca de las 11 de la mañana, ante el jefe de los Servicios Secretos de la Jefatura de policía, general Leopoldo Treviño Garza, se presentó el licenciado Manuel Arias Córdova, reconocido forense moreliano. 

–¡General! –Dijo en voz apagada – vengo a denunciar la desaparición de mi hija; Graciela Arias Ávalos.


Graciela, era una jovencita de 21 años de edad, alumna del segundo año de la Escuela Nacional Preparatoria, con domicilio en la avenida Tacubaya número 63. Para don Manuel, era una muchacha de muy buenas costumbres, preocupada por sus estudios, no le conocía novio alguno, motivo por el cual, regularmente llegaba a casa temprano, salvo cuando alguna tarea escolar la distraía de su rutina y era acompañada por un joven de nombre Gregorio Cárdenas Hernández, quien era conocido suyo y tenía un pequeño laboratorio privado en Mar del Norte número 20.
Cuando el don Manuel se refirió al joven Gregorio, dijo que tenía excelentes referencias, pues era alumno aplicado y que por esa causa gozaba de una beca de Petróleos Mexicanos.

El general Treviño de inmediato comisionó a los detectives José Acosta Suárez y Ana María Dorantes, con varios agentes a sus órdenes para iniciar las indagatorias. La Escuela Nacional Preparatoria fue el primer lugar al que dirigieron, en ese lugar los compañeros de Graciela afirmaron que el miércoles 2 de septiembre, tras concluir las clases del día, en medio de un fuerte aguacero la chica había esperado un Ford, modelo 39, placas de circulación B-9101 conducido por Gregorio.

El olfato policial de Acosta lo llevó de inmediato a sospechar del estudiante y decidió investigar en el domicilio de éste. Cuando entrevistó a su madre, sin identificarse como agente, su sorpresa y las sospechas se acrecentaron cuando fue informado por doña Vicenta que su hijo no se encontraba y que estaría ausente por mucho tiempo.

–¿Dónde se encuentra su hijo, señora? Necesito verlo con urgencia. – Sin dar muestras de inquietud, seguramente ignorando la mujer las indagatorias policiales, ella contestó la pregunta.

–Mi hijo se ha vuelto loco, hoy en la mañana; tal vez desde anoche ha perdido la razón y lo he internado hoy a medio día en el sanatorio del doctor Oneto Berenque, en Tacubaya.

Acosta se desconcertó ante la respuesta de la mujer, quien relató que Gregorio había llegado a su casa, empapado y lleno de lodo de pies a cabeza.

–Después de lavarse, se cambio de ropa y durmió intranquilo, por la mañana se levantó temprano diciendo cosas extrañas, verdaderas aberraciones y absurdos que me dieron la impresión inmediata de que había perdido la razón. Consulté con un médico y me aconsejó que lo llevara inmediatamente al sanatorio, pues tenía encima un tremendo choque nervioso.

Al escuchar esto, Acosta se dirigió al sanatorio mencionado, logrando que el doctor Oneto Barenque lograra interrogar a Gregorio. Frente al estudiante tras platicar de cosas irrelevantes, preguntó sobre el paradero de Graciela a lo que respondió:

–Yo soy inventor, amigo, soy el hombre invisible y hago invisibles a los hombres. Estas pastillas –le dijo mostrándole unos pedazos de gises blancos– hacen el milagro.

El resultado del interrogatorio fue nulo, Gregorio, contestaba a todo en tono e desequilibrio mental y nada en claro le fue posible obtener, pero se quedó con la impresión de que todo aquello era fingido.

Al día siguiente, el doctor Oneto Barenque se presentó ante el general Treviño Garza:

–Cárdenas Hernández me ha dicho hoy que no está loco; y que él finge estarlo porque el padre de la señorita Graciela Arias Ávalos, el licenciado Arias Córdova, le achaca el asesinato de la muchacha y que es capaz de matarlo si lo encuentra en la calle. Él dice que no es responsable ni sabe nada de Graciela.

Con esta confesión tácita, Gregorio trataba de articular una coartada, cuando el padre de Graciela aún ni sospechaba del paradero de su hija y la culpabilidad del estudiante.


Tras las investigaciones, con la convicción de que la muchacha había sido asesinada, dicho por Gregorio. Ese mismo día Acosta en compañía de otros tres detectives comisionados por el licenciado José Campuzano, amigo y socio del abogado Arias Córdova, quien se encontraba muy interesado en la investigación, decidieron ir a la casa de Mar del Norte número 20 y después de romper una de las ventanas, catearon el lugar, mientras que el padre de Graciela se quedaba en el coche a la espera.

La casa constaba de tres piezas oscuras y sucias, una de ellas servía como laboratorio, otra contenía infinidad de objetos y ropas sucias regadas por el suelo y la última habitación que daba a la calle, era utilizada como recámara, ya que en un lado se encontraba un sucio camastro con un apestoso colchón y sábanas por donde el jabón nunca había pasado; en el suelo una colcha y una toalla, sucias con lodo. Encima de una mesita de madera Campuzano encontró un espejito y un pañuelo de mujer que él creyó reconocer como pertenencias de Graciela, pero no estando seguro salió a llamar al licenciado Arias Córdova, quien ante la presencia de los objetos expresó:

–¡Ya la asesinó este desgraciado!
Cada vez más convencidos de que Graciela habría sido asesinada, siguieron buscando en el lugar, sin tener resultados ese día.
La mañana del sábado, a tres días de la desaparición de Graciela, el agente Acosta regresó a la casa de Mar del Norte, llevando en esta ocasión las llaves de la casa. Abrió el candado, quitó el enorme aldabón y se introdujo hasta el pasillo que servía de comedor y que se encontraba entre las habitaciones hasta dar con un pequeño jardín. En busca de algo que le sirviera para confirmar sus especulaciones. Nuevamente revisó cada habitación, removiendo papeles con el fin de encontrar señales de sangre o alguna pista, sin tener éxito, se dirigió hacia el jardín; una superficie de siete metros de largo por cuatro de ancho, la tierra se encontraba húmeda, en ella había gran cantidad de plantas, junto a largas cañas algunos lirios y enredaderas que trepaban hacia la barda de ladrillo, reflexionó unos instantes, y tras observar detenidamente el lugar, hacía la mitad del jardín unas enormes moscas verdes pululaban molestamente sobre el lodazal. De inmediato dedujo que en ese lugar había algo inusual, rasco un poco y se percató de que la tierra estaba floja, siguió adelante y ante su asombro aparecieron los dedos de un pie humano. Siguió rascando en torno a ese lodazal y a unos cuantos centímetros de profundidad apareció el torso de una mujer, tan sólo cubierta por un trapo.

Acosta informó al general Treviño para proceder a integrar el expediente: 

–Allá en la casa de Cárdenas Hernández estaba el cadáver de la señorita Graciela Arias Ávalos.

La desaparición de Graciela se había manejado con gran reserva, pero ante la evidencia, el general Treviño consultó con su jefe, el general Miguel Z. Martínez quien dio la orden de que no se ocultara más el crimen. El presunto criminal se encontraba asegurado.

El jefe de los Servicios Secretos, de acuerdo con el agente del Ministerio Público adscrito a la Jefatura de la Policía, licenciado Francisco Amezcua Morfín, dispuso la exhumación del cadáver encontrado en Mar del Norte para proceder a su identificación.

A las tres de la tarde se puso en macha la caravana de policías y periodistas a la casa número 20 de las calles de Mar del Norte en Tacuba. En torno a lodazal y en el corredor se instalaron fotógrafos, reporteros y auxiliares de la policía, en tanto que algunas palas facilitadas por los vecinos que ya se asomaban por las azoteas adjuntas, sirvieron para efectuar la exhumación. 

No tardaron mucho, para descubrir la totalidad del cadáver que yacía casi a flor de tierra, tan sólo cubierto por una ligera capa. Graciela fue identificada por su saco-abrigo color verde y por su bolso de mano color gris, que fueron arrojados junto a su cadáver que se encontraba envuelto en una larga colcha, completamente desnudo y en posición de decúbito ventral (boca abajo), sus manos estaban atadas con una cinta sobre el vientre ya hinchado por la descomposición y ambos pies amarrados por los tobillos, con un calzado en uno de ellos. Campuzano reconoció de inmediato a la hija de su amigo. Sin embargo al extraer el cuerpo de la infortunada mujer, fue descubierto otro, revelado apenas por la región glútea y más allá, en el extremo derecho del jardín, ropas de otra mujer, delatando la presencia de un tercer cadáver.

Ante las miradas atónitas de los presentes se descubrió el secreto que guardaba el jardín. 
El segundo cadáver enterrado en decúbito ventral, amarrado por sus extremidades en una insólita posición, puesto que sus piernas se encontraban flexionadas hacia arriba y perfectamente atadas en los tobillos que iban a juntarse con las muñecas atadas por detrás, descansando así las cuatro extremidades sobre la región glútea. Vestía traje negro y aún portaba un saco café a cuadros. La escena causó horror entre los presentes, ante la saña del homicidio. Al poco rato, fue identificada la víctima, se trataba de Rosa Reyes Quiroz.

El tercer cuerpo, desnudo de la cintura para abajo, el torso cubierto por un suéter azul y el rostro tapado con sus prendas íntimas, de igual forma en posición que las anteriores, atada de muñecas y tobillos en decúbito ventral; a un lado del cuerpo, unas tobilleras y un zapato de color azul; la víctima fue identificada como Raquel Martínez León, la más joven de todas, porque al momento de su muerte contaba con 14 años de edad.




Cuando los tres cadáveres fueron totalmente descubiertos, los rostros de los presentes habían sido invadidos de indignación, los camilleros de la Cruz Verde cumplían su tarea de llevar los cuerpos al anfiteatro del Hospital Juárez, en donde se practicarían las necropsias, la fetidez de los cuerpos hacía insoportable la travesía.

La señora Elvira Velázquez Zermeño, vecina de la casa número 18 en Mar del Norte y vecina de Gregorio cuando fue abordada por el investigar policial, comentó:

Esa noche llovía a cántaros, y a eso de las 11 de la noche vino a despertarnos Cárdenas Hernández, diciendo que necesitaba ayuda para sacar su carro del atascadero en que se había metido, precisamente frente a su casa. A mi esposo y a mí nos extrañó que hubiera metido el carro hasta el callejón, pues apenas cabe de lo ancho, tano más que nunca acostumbraba hacerlo y lo dejaba en la plazoleta de enfrente, que es bastante amplia o aquí adentro, cuando ya no regresaba al centro y se metía a descansar o a estudiar, pues muchas veces lo oímos ir y venir a horas avanzadas. Como llovía, mi esposo le dijo que no podía salir a ayudarlo, que lo dejara allí hasta la mañana, él contestó que iría a buscar a unos carboneros para que le ayudaran. Media hora después aún oímos el motor a marchas forzadas, tratando de sacarlo, al fin cesaron los ruidos y no supe más de él, hasta ahora, en que siento escalofrío cada vez que lo recuerdo.

La señorita Cristina Martínez que tenía sus habitaciones junto a las de Gregorio, dijo que:

La noche del miércoles, oyó ruidos extraños en la casa del criminal, yal y como si depositaran en el suelo algún bulto pesado; pero que no le dio ninguna importancia. Al día siguiente se asomó por la azotea y vio que en la barda estaban unos zapatos de mujer, junto a otros de Cárdenas, así como unos pantalones todos enlodados, en el jardín notó la tierra extrañamente removida. Sintiendo una corazonada dio aviso a la policía, pero la persona que tomó la llamada hizo poco caso y dijo que fuera a las oficinas, pues no se recibían denuncias por teléfono.
Todos los testigos entrevistados afirmaron que el crimen habría sido perpetrado por una sola persona, ya que nunca vieron a otra ni escucharon voces.
Debidamente asegurado Gregorio Cárdenas fue conducido a los separos de la 6ª Delegación y oficinas del jefe de los Servicios Secretos, quien con gran astucia fue orillando al indiciado a confesar sus crímenes, quien acorralado y en un arranque de sinceridad, exclamó nerviosamente:
–Sí, sí ¡sí yo las mate!...
A lo que el general Treviño, volvió a preguntar:
–¿A los tres mujeres las mato usted solo?
Y ante una respuesta que nadie esperaba el homicida exclamó tranquilamente:
–¡Son cuatro los cadáveres! Aún debe haber otro en el jardín…
A peguntas concretas del general Treviño, el asesino respondía nerviosamente, pero sin titubeos:
–¿Cómo mató usted a la señorita Graciela Arias Ávalos?
–A Graciela la maté por celos. Yo estaba enamorado de ella y sabía que no podría ser mía. Por eso la maté señor general.
–¿En donde y cómo le dio usted muerte?
–Fue a las puertas de su casa donde la estrangulé, donde la ahogué en un rapto de ira, cuando ella me negó un beso, una caricia de amor. Allí mismo le di muerte, sin darle tiempo a que lanzara un grito, una queja, una voz de auxilio. Después la ultrajé y llevé su cuerpo ya inerte hasta mi casa. Trabajosamente conduje el cadáver hasta mi alcoba, volví a ultrajarla y luego la sepulté junto con las otras.
–¿Y a las otras tres, como las mató? ¿Quiénes eran ellas?
–No lo sé. Eran mujeres del arroyo a quienes subía a mi coche, levantándolas en diversas calles. A todas las llevé a mi casa, tuve intimidad con ellas y luego las maté estrangulándolas con cintas que luego servía de ligaduras.
El general volvió a preguntar, pero Cárdenas ya no volvió a responder, sumergiéndose en un absoluto mutismo. A lo largo del interrogatorio, hablaba nerviosamente, como si estuviera narrando una historieta que conociera muy a fondo y se tratara de algo intrascendente.
Los relatos absorbían la atención del público, conmocionando a todas las clases sociales y provocando una fuerte indignación entre quienes tenían que estar cerca del estrangulador. La prensa y el público que había seguido de cerca las indagatorias,  ávida de satisfacer su curiosa morbosidad, presenció la exhumación de la cuarta víctima. Una multitud de cerca de dos mil personas se había apostado cerca del lugar. Alrededor del medio día a metro y medio de profundidad y muy cerca del pasillo, finalmente fue encontrado el cuerpo que fue identificado como María de los Ángeles González Moreno alías “Berta González”, con las piernas flexionadas en ángulo agudo, descansando el cuerpo en decúbito dorsal, los brazos sobre el vientre semidesnudo. Según los cálculos del médico que asistió a la exhumación, tenía aproximadamente 16 años de edad y debió ser la primera víctima.
Indiscutiblemente, tenía que ser la primera, pues el estado de descomposición del cuerpo era avanzado y el hedor insoportable. Un vestido color rosa cubría parte del torso, el resto del cuerpo estaba desnudo y el rostro tapado con una pañoleta, portaba los dos zapatos color vino algo deteriorados, encima tenía un impermeable de hule, que al parecer fue de ella. Cuando los bomberos extrajeron el cuerpo, un grito de repulsión se escuchó en las azoteas.
El cuerpo fue llevado al puesto central de socorro de las calles de Revillagigedo, disponiéndose que el asesino fuera llevado hasta allí, para que identificara el cadáver.
La salida del homicida de la 6ª Delegación, desató una fuerte expectación pública. Tranvías, autos, camiones, autos de alquiler y particulares hicieron alto durante el tiempo que duró el traslado del reo. Todo mundo quería conocer al delincuente quien con paso vacilante, la cabeza baja y dando la sensación de un hombre física y moralmente deshilvanado, fue caminando seguido de la caravana de periodistas que se dieron cita. Fotógrafos, detectives, policías uniformados y hombres del pueblo, quienes llegaron hasta los patios de la Cruz Verde. 


Cuando las autoridades enfrentaron al  homicida contra su víctima, este mostró una reacción de temor y desconcierto que asomó a su rostro. El cuerpo estaba totalmente desnudo y deformado por la avanzada descomposición.
Un reportero le pregunto al homicida si reconocía a la mujer y respondió:
–Si, señor, yo la maté
A la pregunta de cómo y donde, Gregorio guardó silencio durante breves momentos, como si tratara de hacer memoria, de reconstruir la tragedia, por sus sienes corrían hilos de sudor, pero al fin respondió:
–Esta es la primera mujer que estrangulé. Fue en la noche del día diez de agosto, cuando la encontré frente al restaurante de Chapultepec, a la entrada del bosque. Era una mujer bajita, de cuerpo delgado, medio güerita, con manos muy finas.
A la pregunta de si supo como se llamaba, respondió:
–No señor, nunca lo supe –y empezó a sollozar calladamente. 
Ante la pregunta de las razones para matarlas, reflexionando y con voz queda dijo:
–Por odio a las mujeres, señor. El espasmo produce en mí efectos indescriptibles, algo que no sé explicarle. Desaparece de mí el hombre y surge la bestia.
Con la finalidad de que el homicida identificara a los tres cadáveres restantes, fue trasladado al anfiteatro del Hospital Juárez. En el trayecto siguió contestando las preguntas de los reporteros, confesando que era un hombre muy creyente, que rezaba con fe para reconciliarse con Dios, aunque pensaba que no lo perdonaría por sus crímenes, porque eran muy grandes. De la vida ya no esperaba nada y únicamente esperaba la muerte. Narró su desdichado matrimonio con Sabina Lara González de quien tomó la aversión por las mujeres y la culpable de todas sus desdichas.
–Ella, con su conducta frágil y liviana en todos sentidos, provocó el divorcio a los tres años de consorcio… Esa fuerte decepción sentimental fue mi ruina… víctima del adulterio de Sabina, nació en mí un odio profundo hacia todas las mujeres, una repulsión insostenible… verdadera sed de venganza contra el sexo femenino joven.
–¿Y por qué entonces, si usted sentía ese odio hacia las mujeres desde hace cuatro años cuando se divorció, es hasta ahora, hasta hace un mes aproximadamente, cuando se le ocurrió matarlas?
Rápidamente sin pensarlo mucho, agarrando con gran agilidad mental la respuesta, dijo tranquilamente:
–Sencillamente, señor, porque en ese tiempo he estado con muy escasas mujeres.
 –¿Y por qué a todas sus víctimas les tapaba la cabeza al sepultarlas?
–Porque me horrorizaba verlas después de estar con ellas en el lecho del placer; en todos los casos sentía una profunda aversión por ellas. A Graciela la maté aquella noche, frente a las puertas de su casa, estrangulándola con un cordón de tela ahulado, como lo hice con todas las demás. Y la maté porque nunca quiso estar una noche entera conmigo. Además la quería para mí, para mí solo y para no separarme nunca más de ella, aun cuando fuera de su cadáver. Ya muerta la llevé a mi casa y la deposité en el lecho. Allí la desnudé completamente y varias veces la ultrajé hasta quedar extenuado. Eran entonces las tres de la madrugada. Después cavé la fosa en que la sepulté, envuelta en una colcha de la cama, la llevé en peso hasta el hoyo, depositándola en él. La noche era oscura y lóbrega; sin embargo, yo estaba tranquilo, pensando en Graciela y en mis amores con ella. Junto a ella permanecí sentado largo rato, acariciándole el rostro, su cabello, su frente aún caliente. Ya al amanecer la envolví en la colcha, le di un último beso y eché la tierra encima…
Gregorio contó con lujo de detalles, como fue que mató a las otras tres jóvenes.
–A la primera mujer, María de los Ángeles González o “Berta”, la maté cuando la muchacha estaba en el WC, estrangulándola por sorpresa.
María de los Ángeles ejercía la prostitución y fue abordada por el homicida y quien aceptó ir a su casa en Mar del Norte.
A Raquel Martínez León de oficio prostituta, le dio muerte mientras ella se encontraba sentada hojeando un libro. Se acercó por la espalda y le enrolló la cuerda en el cuello hasta verla caer sin vida.
A Rosa Reyes Quiroz, también de oficio prostituta, le quitó la vida en los momentos en que curioseaba el contenido de una probeta en la habitación que usaba como laboratorio, también agarrándola por sorpresa y por la espalda.
Tras las indagatorias relacionadas con los homicidios y habiendo confesado Gregorio su autoría. Los agentes del Servicio Secreto capturaron a Jorge Roldán Roldan, alias “El Calavera”, quien era estudiante de la facultad de Ciencias Químicas; un muchacho alto, rubio de pelo ensortijado, con quien Gregorio llevaba una amistad. El Calavera frecuentaba la casa de Mar del Norte en forma asidua y fue él quien recogió el auto atascado de Gregorio la noche del crimen. También sabía del homicidio de Graciela, pero Gregorio le había dicho que ocurrió accidentalmente al caer del automóvil en Paseo de la Reforma.
Por complicidad también fue detenido Juan Antonio Rodríguez de la Rosa alias “El Punto Negro”, originario del estado de Veracruz, compañero de Gregorio en la facultad a quien le comentó:
–Ya maté a Graciela.
A lo que el amigo le contestó:
–Pues ya lo sabes, el que la hace la paga.
Confirmando que amigo más cercado de Gregorio era Roldán. También fueron asegurados otros estudiantes de la facultad; Teresa Castillo Hernández, Carlos García Becerra, Miguel González Moreno y el licenciado Eduardo Sandoval Obregón.
El 16 de septiembre de 1942 fue dictado el auto de formal prisión en contra de Gregorio Cárdenas Hernández por los delitos de homicidio e inhumación clandestina, al mismo tiempo que se dicto el auto de libertad del abogado Eduardo Sandoval Obregón y de los cuatro estudiantes asegurados, quedando únicamente sujeto a proceso Jorge Roldán Roldán alias “El Calavera”, enviado al Tribunal de Menores, al contar éste con sólo 17 años de edad. 
Gregorio nombró como su abogado defensor al licenciado Eduardo D. Casasús, quedando el proceso a cargo del Licenciado Espinosa y López Portillo, uno de los penalistas más reconocidos por su honestidad. El procurador de Justicia del Distrito Federal, Licenciado Francisco Castellanos, nombró como agente especial del Ministerio Público al licenciado Ernesto Urtusástegui. A fin de determinar si se trataba de un individuo afectado de sus facultades mentales o fingía, el juez de la causa designó a los psiquiatras: José Gómez Robledad, jefe del Departamento de Estudios Médico Biológicos de la Secretaría de Educación; Alfonso Quiroz Cuarón, criminólogo de la UNAM; Jesús Siordia Gómez y Raúl González Enriquez, ambos de reconocido prestigio profesional, al igual que Raúl Peón del Valle. Por su parte la defensa designo al eminente psiquiatra doctor Samuel Ramírez Moreno, ex director de La Castañeda.
En las indagatorias se supo que Gregorio era uno de los once hijos que formaban parte de la familia Cárdenas Hernández y en él, doña Vicenta había depositado sus esperanzas; según ella, dijo que era el mejor de sus hijos, bueno y obligado para con ella, era el más dócil y obediente:
–En sus estudios siempre mostró gran aplicación, y todavía el año pasado, en la Escuela Nacional Preparatoria, obtuvo calificaciones sobresalientes en sus cursos… estudió con entusiasmo el idioma inglés y la taquimecanografía. Así pudo entrar a Petróleos Mexicanos con un sueldo de doscientos cincuenta pesos mensuales, de los cuales me entregaba la mitad. Por oposición ganó una beca en la misma compañía, para ir pensionado a Estados Unidos a fin de continuar sus estudios y perfeccionarse en materias relacionadas con el petróleo; pero él prefirió quedarse aquí, con tal de no dejarme… esta es la pena más grande de mi vida.
El 9 de septiembre, en la diligencia que se llevó a cabo en el edificio de Revillagigedo, que ocupaba la 6ª Delegación del Ministerio Público y ante los abogados asesores de la propia jefatura, señores Isameal Santana Uribe y Jorge del Bosque, comisionados especiales para la investigación, Gregorio hizo declaraciones sobre su infancia y enfermedades, así como sobre sus gustos literarios y artísticos.
Desde pequeño Gregorio dio muestras de nerviosidad, padeció encefalitis que le fue atendida, pero de la que quedó una secuela que se manifestaba en u tic nervioso en los ojos. Le gustaba asistir al cine, prefiriendo los temas de carácter científico o los argumentos filosóficos y nunca los románticos. En la lectura se inclinaba por los poemas de Sor Juan Inés de las Cruz, de Fray Luis de León y de Fray Servando Teresa de Mier, así como las obras filosóficas de Kan, de Augusto Comte y la Biblia. En sus ratos de ocio le gustaba escribir versos. La policía tenía en su poder el poemario que había escrito. Aficionado a la ópera, era capaz de dejar cualquier actividad por ella, tocaba el violín y el piano. Era admirador de Beethoven, Strauss, Liszt y Verdi. Los pintores que admiraba eran Miguel Ángel, Rembrandt y Rubens.
Los primeros años de su vida transcurrieron a lado de sus padres en la ciudad de Córdoba, pasando largas temporadas en la hacienda Los Xuchiles, en donde su progenitor era el administrador. A los cuatro o cinco años de edad, padeció de una enfermedad nerviosa de la que conservaba secuelas, con estrabismo tenía reflejos perdurables en sus ojos y tartamudeaba al hablar. Afirmó ser un individuo impresionable, que se afectaba con facilidad ante las sensaciones que revelaran sufrimiento o penas de sus semejantes.
En Petróleos Mexicanos conoció a Sabina, quien en esa época acostumbraba visitar centros nocturnos, y allí trabó contacto con ella. En octubre de 1939, ingresó a la penitenciaria, acusado por la madre de Sabina de estupro, pero obtuvo su libertad condicional a cambio de casarse con ella, lo cual concretaron en Texcoco. Sabina se embarazó, pero perdió al bebé al día siguiente de la boda. Él continuó viviendo a lado de su madre y a su esposa únicamente la veía de vez en cuando, ya fuera para entregarle dinero o para tener alguna intimidad.
En marzo de 1940, fue a Apizaco, Tlaxcala, lugar en donde solicitó el divorcio, sin que Sabina se enterara, logrando la disolución rápidamente.

Días después Gregorio inició un cambio en la manera de exponer las declaraciones, utilizando un lenguaje diferente y negando que hubiera ultrajado el cadáver de Gabriela. Explicaba con gran minucia que en todos los casos obró arrastrado por una fuerza sobrenatural, por caprichos de esa bestia que llevaba dentro, la cual se despertaba en el momento menos esperado. Exponiendo que las crisis se traducían en forma de latigazos o de actos reflejos que en determinados momentos lo descontrolaban produciéndole arrebatos inexplicables.
A mitad de la diligencia, una vez terminadas sus “nuevas” declaraciones sobre tres de las víctimas, Gregorio solicitó de los licenciados Santana Uribe y del Bosque, que se le permitiera escribir a máquina el resto de la diligencia, a lo cual accedieron y tranquilamente con agilidad de excelente mecanógrafo, casi sin dudas escribió: 
–Interrogado Gregorio Cárdenas Hernández sobre las circunstancias en que conoció y dio muerte a la siguiente mujer, contestó que el día 29 de agosto próximo pasado fue a dejar a su novia Graciela como a las 9:30 de la noche, dirigiéndose luego a la casa de su madre y cuando pasaba por la columna de la Independencia, vio a una mujer de las ordinariamente hay por el rumbo, le hizo señas con la mano y ella se acercó, abrió la puertezuela y subió al carro diciéndole: “Vamos al hotel”. A lo que él contestó que no gustaba de hoteles… Que el día siguiente de haber matado a Graciela fue a entrevistar al licenciado Eduardo Sandoval Obregón con propósito de pedirle consejo de amigo y consultarlo respecto de su situación moral, que ya era desesperada e insoportable, pues este cuarto asesinato lo destrozó completamente, al extremo de pensar en el suicidio… el licenciado Sandoval Obregón consultó a su socio el licenciado Icaza, ambos deliberaron solos y luego Sandoval Obregón le dijo que sólo tenía dos caminos: ausentarse de México o internarse en un sanatorio como enfermo mental… Que fue de su mamá la idea y determinación de llevarlo al sanatorio, por haber notado ciertas anormalidades… pues seguramente lo vio más raro que en los últimos días, por lo que él aceptó, dada su situación deprimente… Manifiesta categóricamente que ninguna otra persona participó ni cooperó en la concepción o ejecución de los crímenes, estimando que no tiene amigos a quienes pudiera haber confiado el secreto de sus crímenes, por desahogo moral o para solicitar auxilio en la participación de ellos… que entre sus compañeros puede menciona como allegados Jorge Roldán Roldán y a Juan Antonio Rodríguez de la Rosa, a quienes no considera sus íntimos ni llegó a revelarles nada sobre los asesinatos, pues tan sólo refirió a Roldán la muerte de Graciela… que si bien es cierto que Jorge tenía una llave prestada de la casa de Mar del Norte, para que pudiera penetrar cuando quisiera para sus experimentos, pues a él, le tenía estimación por su manera de ser, sencilla y leal.
Un mes después de perpetrados los crímenes, Gregorio utilizando un lenguaje distinto, plagado de alegorías literarias, explicaba la manera coherente y sin destinos las sensaciones vividas en el momento de cometer los crímenes. En sus declaraciones, pasaba de la narración en primera persona a la tercera. Hecho que llamó la atención. Cayendo en contradicciones, planteando nuevas historias sobre los crímenes y esgrimiendo que sus primeras declaraciones habían sido arrancadas bajo tortura.
–Terminado el acto… me agaché a colocarme los zapatos, y comencé a sentir algo explosivo y repentino, todo me empezaba a dar vueltas, la mesa del laboratorio que tenía enfrente, comenzó una danza; me agarré de la misma, volteaba hacia atrás y sentía náuseas de movimiento, en un tropel giraba todo; soplaban a mis oídos, oía un resoplido demasiado fuerte; el ruido entraba por ambos oídos, sentía que la sangre se concretaba a acumularse en la cabeza, bullía, bullía, se amontonaba, el infierno estaba en mi cabeza. Un fresco sudor se batía en mis manos y escurría como un riachuelo por los canales de mi rostro; sin embargo, sentía calor horrible; todo siguió dando vueltas y vueltas, desenfrenadamente, y cual escape de locomotoras resonaba en mis oídos el ímpetu del torbellino. Ahora lo considero avasallador, por haber podido contra mi fuerza y voluntad…. De nuevo los mismos síntomas, pero con más fuerza, sentí un estremecimiento; gritos por donde quiera, un ruido infernal, todo era confusión, era una locura… hasta que vino la paz, las cosas en su sitio… Y “horror” cerca de la tasa del WV, una muer tirada…Estaba yo acostado, y de nuevo los mismos síntomas, lo extraño, siempre con más intensidad, dominaba mi voluntad que siempre ha sido tenaz y férrea. Cuando volví en mí, ahí estaba el cadáver… como el agujero que cavé era muy chico, tuve que amarrarle las manos y los pies hacia atrás para que cupiera…
–Graciela le dio de cachetadas y él recordó que la había visto con otro… y poco a poco los celos hicieron que sintiera algo extraño… hasta que la normalidad llegó, y lo invadió un dolor ver el rostro caído hacia adelante, gritó con todo su aliento… luego la llevó a Mar del Norte… Después fue a su casa y le dijo a su madre, que Graciela había muerto, cayéndose del coche y pegándose en el cerebro, y que la había enterrado en el jardín de la casa de Mar del Norte. Me limpié, me cambié y le dije que me iba a Tampico… Salí a buscar al licenciado Casasús, pero no lo encontré… y fui con Roldán, luego con el licenciado Sandoval Obregón… él me presentó a Icaza, después de breves intervalos, me indicaron que me marchara de aquí o que me internara en un sanatorio. 
–Al salir de allí, tomé un taxi y me fui a casa de mi madre. Ella al ver mi estado desastroso, me internó en el sanatorio del doctor Oneto Barenque…
–… En primer lugar, mis manos son tan escasas y escuálidas; mis fuerzas pequeñas. Nunca me he dedicado a hacer músculo… Aunado a esto mi temperamento sensible, y como dicen algunas revistas metropolitanas, “el estudiante sencillo, noble, el que saca las mejores calificaciones, buen hijo…” pues es lógico que me halle todo confuso. No comprendo, no entiendo la magnitud de todo esto; no he vivido estos acontecimientos. Me encuentro tan extrañado a todas las pasiones de la humanidad, que acabo por tratar de locos a todos esos individuos…
En los días siguientes, la prensa se encargo de difundir las nuevas versiones de su multihomicidio, los titulares no se hicieron esperar; “El chacal se retractó de su dicho”. El defensor Casaús, arremetió a su vez contra la Procuraduría, Urtusástegui y Miguel Z. Martínez. Embustes, literatura y subterfugios de la defensa, tratando de favorecer al monstruo. El abogado Urtusástegui se dedicó a ironizar la confesión.
Los dos primeros meses después de su detención, Gregorio los pasó en una celda especial y le fueron permitidos algunos privilegios, mientras concluían los estudios que los médicos psiquiatras deberían practicarle. Al terminar éstos, su situación fue la de cualquier preso, se le rapó y se le entregaron las ropas del penal, al igual que se le asignaron sus obligaciones laborales. En ese entonces se le podía ver, mientras hacía la “faena” en su celda, número 496 de la crujía “D”, envuelto en un viejo jorongo que utilizaba para aislarse de los demás reclusos. Con frecuencia se quejaba de fuertes dolores de cabeza y terribles reacciones físicas a causa de los experimentos que decía hicieron con él, pasando por ello temporadas en los servicios de enfermería.
A finales de agosto de 1943, un año después, Gregorio había engordado y se afeitaba una barba de candado. En uno de los interrogatorios, no pudo recordar ni su nombre, mucho menos las razones por las que esta preso, incluso existen documentos donde se puede observar una firma totalmente distinta a la suya, fuera fingido o no, era parte de su vida en reclusión. Por ese entonces se enfundaba en un largo gabán y se cubría parte del rostro a manera de una pringosa bufanda. Su tic nervioso mostraba permanentemente impaciencia y en su rostro se dibujaban los extraños gestos que lo creaban una imagen repugnante.
Cuando fueron entregados los estudios psiquiátricos, se estableció un proceso de negociación entre el aristocrático abogado Casasús y la honorabilidad del cuerpo médico. El primero sosteniendo que Goyito (nombre con el que lo había bautizado la gente) estaba rematadamente loco y los segundos que era un tipo de alta peligrosidad, perfectamente perverso, pero que llegó a los más negros crímenes, en perfecto uso de sus facultades mentales.
El 1º de noviembre de 1943, tras estar algunos días en la enfermería, fingiéndose enfermo, Gregorio fue regresado a la crujía “D”, el parte médico indicaba que su salud era excelente. A su paso, los compañeros de celda le chiflaban y gritaban improperios ante lo que consideraban una absurda comedia, cuatro días después, el 5 de noviembre la prensa mostraba a un homicida totalmente loco, haciéndose evidente y necesaria su reclusión en el Manicomio General de La Castañeda.
Días antes, el abogado Casasús había presentado una promoción urgente donde pedía el inmediato traslado de Gregorio al manicomio, en virtud de que su vida corría peligro en el penal de Lecumberri. Para entonces ya estaba en poder del juez 14º de la Quinta Corte Penal, licenciado José Espinosa y López Portillo, los dictámenes rendidos por los peritos psiquiatras que había sido designados por el Juzgado para hacer nuevos exámenes, doctores; José Gómez Robleda, Raúl González Enriquez, Jesús Siordia Gómez Robleda y Alfonso Quiroz Cuarón, donde concluían, que Gregorio si estaba loco. El mandato del juez no esperó más, quedando en el expediente las siguientes conclusiones y determinaciones del juez instructor:
Primero.- Que por escrito fechado el día 2 del mes en curso, promovió el defensor de Gregorio Cárdenas Hernández, esta cuestión incidental, a fin de que con suspensión del procedimiento se ordene la reclusión de Cárdenas Hernández en el Manicomio General, por haber enloquecido. Con posterioridad a la fecha en que los peritos  designados por el Juzgado y por el defensor mismo, después del examen psiquiátrico integral del procesado, presentaron sendos dictámenes en los que, por diversos procedimientos llegaron a la conclusión de que Cárdenas Hernández es un loco en la forma esquizo-paranoide. Los peritos oficiales más explícitos y juzgando el padecimento en relación el artículo 68 del Código Penal, agregan: que actualmente Gregorio Cárdenas Hernández no es ni loco, ni idiota, ni imbécil, ni sufre debilidad mental y que no lo ha sido tampoco en la época en que cometió los delitos por los que está procesado. Su estado mental desde el punto de vista psicología criminológica, corresponde al de la personalidad neurótica: neurosis evolutiva, órgano-neurosis, de tipo introvertido con tendencias homosexuales, narcisismo y erotismo sádico anal. Desde el punto de vista médico, padece del síndrome de localización mesodiencefálica con las consiguientes manifestaciones del estado mental ya mencionado. Desde el punto de vista psiquiátrico, su estado neurótico es de esquizo-paranoide. No obstante que no ha sido ni es en la actualidad loco, queda expuesto, en un sentido tanto porque se agrave su estado mental, a evolucionar posteriormente cuanto porque progrese en su curso el síndrome neurológico.
Segundo: Que a solicitud del promovente, se ordenó el nuevo reconocimiento de Cárdenas Hernández, siendo los peritos encabezados de ello no los ya nombrados por él, los que dictaminaron anteriormente…
Tercero: Que por naturaleza esencialmente técnica de la cuestión que se debate y procurando esclarecer la verdad para dictar una resolución justa, se creyó conveniente ampliar el tiempo de prueba, notoriamente diferente, que señala nuestra Ley Procesal, por el tiempo que ambos grupos de peritos juzgaron indispensable…
Cuarto: que habiéndose recibido ya los nuevos dictámenes, es inútil demora celebra la audiencia que para la recepción de pruebas y sin otro objeto, previene el artículo 545 del Código de Procedimientos Penales.
Quinto: Que si la prueba pericial anterior es unánime, en cuanto al diagnóstico, también es unánime la opinión de los psiquiatras que han intervenido para la resolución de este incidente, y todos están de acuerdo en la necesidad de que Cárdenas Hernández, sea llevado a un manicomio, porque su locura es manifiesta. Los peritos oficiales volvieron a reconocer a Cárdenas Hernández, realizaron con él nuevas pruebas y le hicieron otros análisis, llegando a la conclusión de que su padecimiento evolucionó con mayor rapidez de la que pudieron prever, y en la actualidad es tan grave que pone en peligro la vida del enfermo y necesita atención inmediata en el manicomio. Es de advertir que los doctores Salazar Viniegra y Quevedo Bazán, no deducen la conclusión a que llegan, de una observación o pruebas directas con el procesado, sino del primer dictamen de los peritos oficiales y, por tanto, no se refieren ni pueden referirse a una locura sobrevenida o presentada a partir del mes de septiembre a la fecha, único punto sometido a su apreciación y dictamen, y sólo difieren de los demás peritos en lo que debe entenderse por esquizofrenia, para clasificar el padecimiento de acuerdo al artículo 68 del Código Penal, sosteniendo que, por el hecho de afirmar que Cárdenas Hernández es esquizofrénico, se afirma que está loco; que enajenación mental y locura expresan un mismo concepto y, de consiguiente, siendo el caso de Cárdenas Hernández un caso de esquizofrenia es un caso de locura. Ante esta contradictoria opinión en un punto esencialmente técnico, el suscrito juez, con fundamento en el artículo 254 del Código de Procedimientos Penales, se adhiere al dictamen de los cuatro peritos oficiales, y fundándose en él, falla con los siguientes puntos resolutivos:
Primero.- Reclúyase a Gregorio Cárdenas Hernández en el Manicomio General, el tiempo que sea necesario para su curación, sometiéndolo a un régimen de trabajo compatible con el tratamiento.
Segundo: Se suspende le procedimiento por todo ese tiempo.
Tercero: Hágase saber lo conducente de esta resolución al director del Manicomio General y al de la penitenciaria para que sea debidamente cumplida.
Cuarto: Notifíquese, así interlocutoriamente al Juez Décimo Cuarto Penal, licenciado José Espinosa y López Portillo.- Doy Fe (Rúbrica)
A las 14 horas del 8 de noviembre de 1943, frente a la puerta principal de la penitenciaría, los grupos de curiosos, hombres y mujeres, niños de todas las clases sociales esperaron pacientemente la salida de Gregorio para ser testigos del su traslado hacia el Manicomio General de La Castañeda en la Delegación Mixcoac; sin embargo, el morbo de su curiosidad no pudo ser saciado ya que fue llevado en camilla hasta la puerta norte de la penitenciaría, en donde le esperaba el coche del licenciado Casasús.
El director general del hospital, doctor Guevara Oropeza, junto con un grupo de médicos, lo esperaba en sus oficinas para registrarlo y luego ser recluido en la galera general del pabellón de excitados y peligrosos, y evitar así cualquier posible evasión. Gregorio fue vestido con un camisón de manta con las iniciales del manicomio y un pantalón de mezclilla; llevaba consigo el viejo sarape con el que se cubría la cara.
La reclusión de Gregorio en el manicomio duró alrededor de cinco años. Durante su estancia en el manicomio su comportamiento era el de un hombre normal, dedicándose al vaciado y fundición de soldaditos de plomo.
El director de La Castañeda le concedió varias prerrogativas, como pasearse libremente por la institución, tocar el piano, jugar ajedrez, proseguir sus estudios y, sobre todo, sostener un comercio en donde vendía a los internados cigarros, refrescos y golosinas.
Debido a es mala vigilancia, en 1948 el estrangulador se fugó de La Castañeda, siendo recapturado poco tiempo después en un poblado del estado de Oaxaca, e internado nuevamente en Lecumberri.
A mediados de la década de los cincuentas, ingresó al penal capitalino, en donde un juez llamado Juan Nepomuceno Izquierdo, culpable de disponer de las fianzas que fijaba a los presuntos delincuentes, cuyos casos se ventilaban en el Juzgado a su cargo. Desde el primer día, ese funcionario hizo amistad con Gregorio, a quien le enseñó a redactar papelería legal para agilizar la libertad de algunos reos que por problemas burocráticos habían estado en la cárcel más tiempo que el fijado por las leyes de acuerdo al delito cometido.
A partir de 1962, los abogados defensores de Gregorio apelaron ante las autoridades manifestando que, independientemente de no existir dictamen concluyente de la salud mental de su defendido, Gregorio había permanecido en el penal por espacio de 20 años, que en 1942, año en que cometió los múltiples homicidios, era la pena fijada por el Código Penal. Los alegatos continuaron catorce años más, hasta 1976 cuando el homicida serial fue indultado por el presidente Luis Echeverría. Fue invitado por el secretario de Gobernación Mario Moya a dar un discurso en el Congreso de la Unión, donde fue celebrado como un héroe. Fue aclamado como un "gran ejemplo" y un "claro caso de rehabilitación", los legisladores lo ovacionaron de pie.
Gregorio contrajo matrimonio durante su estancia en el penal de Lecumberri. Para vivir en libertad junto con su familia y ejercer como abogado.
Las razones que llevaron a Gregorio a cometer los crímenes de Tacuba, son aún difíciles de explicar, pero sus atrocidades cometidas forman parte de la memoria colectiva, como la evidencia de corrupción y deshonestidad de funcionarios, como la inoperancia e injusticia en la aplicación de las leyes.
Gregorio desde un principio exploró, quizás inconscientemente, la existencia de un ser monstruoso que emergía en el momento de la máxima excitación o espasmo, provocado por los efectos indescriptibles, que hacían que el hombre desapareciera para que surgiera la bestia. Estas emociones de Gregorio provocaron en la sociedad, y de manera especial, en las mujeres una atracción morbosa y sadomasoquista. Algunas horrorizadas, llenas de temor y con la seguridad perdida, ya que no podía confiar en ningún hombre, ni siquiera los que iban a la Universidad, escuchaban ópera y parecieran decentes estaban libres de ser asesinos en cubierto. En cualquier esquina, en cualquier parte podría estar un Gregorio esperando, para morir estranguladas entre sus manos. Gregorio a sus 27 años se había convertido en todo un personaje.
Durante la reclusión de Gregorio, recibió  copiosa correspondencia, peticiones de lavar su ropa y llevarle comida, además de satisfacer algunas de sus necesidades. Aquello parecía difícil de comprender, en un ser con rasgos feos, mirada desviada, tics nerviosos y con inseparables trapos, tales como pañuelo, paliacate, bufanda o jorongo, con los que cubría parte de la cara ante la gente o fotógrafos, sin personalidad ni carisma, pero logrando siempre gran revuelo a su sola mención.
En opinión del penalista Ismael Santana Uribe, uno de los fiscales que lo interrogó en repetidas ocasiones, Gregorio era un criminal que presentaba todo un conjunto de complejos pero a diferencia del perfil mexicano, era culto, inteligente y astuto. Además de que, según los dictámenes médico-psicológicos sufría al matar, como un criminal místico o que revelaba absoluta sangre fría en sus crímenes.
Gregorio rencarnó en México a un moderno Jack el Destripador o a su Landrú. La gente hizo de sus crímenes el motivo de chistes, un comentario obligado en diversos círculos de la vida política y social de la época. Inclusive se hicieron canciones, obras de teatro, venta de suvenires goyescos, como los auténticos cordones que usó el estrangulador. “El Panzón Panseco” estrenó con gran éxito una revista musical “El estrangulador de Tacuba” y se cantó con sorna “Yo le he de ver trasplantada en el huerto de mi casa”. Circuló en la semiclandestinidad, un filme de relaciones coitales explícitas con las “orgias de Goyo”. En materia de nota roja, Gregorio se convirtió en el caso del siglo.
A finales de 1942, una sangrienta ola de hechos delictivos pareció desatarse, de pronto, en la ciudad, a los homicidas se les atribuyeron características de “goyomanía”.
Gregorio Cárdenas Hernández nació en la Ciudad de México en 1915 y murió en los Ángeles California el 2 de agosto de 1999.

Fuentes consultadas:

Antonio Avitia Hernández, Corrido Histórico Mexicano, Tomo V (1936-1985) (Ciudad de México: Porrúa, 1998) 71.
José Ramón Garmanella, ¡Reportero de policía! El Güero Téllez, Océano, México 1982, p.91
Antonio Arellano, et al, Fuera de la ley. La nota roja en México 1982-1990, Prólogo de Carlos Monsiváis, Cal y Arena, México, 1991, p. VIII.
Con información publicada en La Prensa; 8, 9, 11 y 12 de septiembre de 1942, 8, 10, 17 y 18 de octubre de 1942, 5 de noviembre de 1943.

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